domingo, 23 de agosto de 2015

Sobre el óbice

“El sol se levantó tristemente, pero salió sobre una noche no más triste que aquél hombre dotado de talento y de buen corazón, incapaz de dirigir convenientemente sus cualidades, incapaz de ayudarse a sí mismo y de conquistar la felicidad, aunque se daba cuenta de que cada vez  se hundía más y más y por fin se abandonaba a su lamentable destino.” Charles Dickens, Historia de dos ciudades.

Esto era lo que estaba impreso sobre las blancas páginas. Blancas como algunas benignas nubes que se colaban en el cielo gris. Sabía que era apasionante, que lo plasmado en las letras sólo se podía igualar con el majestuoso recuerdo que tenía hacia ella. Pero, era tanto ese regocijo que sentía brotar por su cuerpo entero que tenía un impedimento para que éste fuera total, para que lograra estar extasiado tanto como quería. La línea que seguía la lectura no le alcanzaba para extraer totalmente el sentimiento, la melancolía y la nostalgia que ella le provocaba. Le desesperaba tener que leer una palabra tras otra, quería ver algo simultáneo, que le permitiera ver el todo y la nada al mismo tiempo. Mejor dicho, el pendejo pretendía descubrir el Aleph. -Hey, tampoco soy así, soy realista.- Me objetó nuestro personaje, nuestro artista, nuestro realista.
Esta bien, pero si sigues leyendo no encontrarás eso que estás buscando.
-Claro, estoy seguro que si me trasteo a algún otro movimiento, si los movimientos me trastean a otro lugar, otra semblanza, otra corriente, encontraré el deslumbramiento, podré acercarme más a ella.-

Ahí estaba ahora, estupefacto. Era lo más bello que pudo haber observado jamás. Bueno, lo segundo según él. ¿Qué tenía que ver esa pintura con su amada? ¿O con su recuerdo? Tal vez nada. Pero sí había algo que los asemejaba: lo que despertaban en lo profundo de sus entrañas. Él mismo se preguntaba ¿Pero cómo? ¿Un barco y una mujer? Imposible. –Oye narrador, ayúdame.- Je, y yo qué idea voy a tener.
Era esa luz proveniente de la lejanía. Ambos lo reconfortaban por igual. Una le daba esperanza, la otra contento, satisfacción. De repente, se dio cuenta que lo que sus ojos observaban era una descripción (un poco inusual) de ella. Asemejó su personalidad y su actitud con el Temeraire. -¿Un barco de guerra con una mujer? Ya no más.- Sí, pero ponle atención al nombre.  ¿No es ella una temeraria? Dicen que el respeto surge de la admiración. ¿No andabas diciendo que admirabas esa forma de ser de ella? ¿Que admirabas esa distinción con la que hablaba, con la que expresaba sus ideas?
-Así es, pero hace falta algo más.-
Ya estaba conforme con el hecho de tener simultaneidad. Este le permitía ver al Temeraire al mismo tiempo que apreciaba los colores de la tarde. Colores tonificados con la idea de la guerra que ni siquiera era una realidad, pero que daban una sensación de victoria. A pesar de todo, la falta de vida no lo contentaba. Estaba frente a una de las pinturas más extraordinarias (y subestimadas para quien escribe) pero esta no tenía la energía que nuestro amiguito necesitaba. Es decir, él procuraba un cuadro de Pollock. –Ya no más con eso.-
Entonces no pidas más.

Descubrió que tenía que escarbar dentro de sí mismo. Que la respuesta podía estar allá fuera pero necesitaba la ayuda de su interior para poder finalmente recordarla a ella como quería. Más fácil no la podía tener, pues esta vez recurrió a su mayor pasión. Bueno, fácil fácil la tarea no era. ¿En dónde buscar? Desempolvó sus vinilos (tan poco tiempo no le dejaba disfrutar de ese placer que es oír los cinco segundos en los que la aguja del tocadiscos raspa anunciando el grandioso sonido que iba a interpretar) y empezó a analizar cuidadosamente.

-Muy viejo, muy materialista, demasiado conmovedor, ¿qué hace esto aquí?-.
Ya estaba a las puertas de la desesperación cuando por fin lo encontró. Era su salvador. El empaque de la obra del Fréderic demostraba enorme aprecio que le tenía, ya que estaba a medio acabar.
A medida que lo sacaba comenzó a temblar por ese tipo de cosas que jamás entenderemos. Con el mayor de sus esfuerzos lo ubicó en el tocadiscos, lo miró detenidamente, silencioso, tal y como estaba y se dispuso a girarlo y a ponerle la aguja. Empezó el particular sonido del diamante chocando contra el vinilo y el recinto se puso en mudo por un segundo. El protagonista de esta historia oyó hasta sus células confabulando. Fue ahí cuando entró punzante ese si bemol del nocturno, seguido por el sol y luego, bueno. A medida que la obra tomaba forma, empezaba a imaginarse lentamente y de la forma más majestuosa posible su figura, su cara y su cuerpo. Era innegable no hacerlo en blanco y negro, le daba mayor elegancia al asunto. Elegancia, palabra tan digna de su gusto como su personalidad.
Sin que lo quisiera, se le vinieron imágenes de su sonrisa y de su seria mirada que tanto esfuerzo le costaba hacer. Recordaba, todos esos momentos en los cuales le hablaba y ella, con la habilidad de no mostrarse irrespetuosa, se desconectaba de la tierra por unos segundos para sintonizarse con su mundo, aquél lugar tan misterioso del cual nunca hemos sabido el porqué de su existencia. Recordaba también, la vez que ella le dijo que amaba esa canción y que querría aprenderla en piano. –Menos mal nunca la aprendió, hasta ahí llegaba yo donde hubiera tocado semejante pieza sólo para mí.- La vertiginosidad de la situación entró cuando se dio cuenta de todos esos momentos tan irrelevantes, que son donde el amor y el afecto se hacen más fuertes que aquellos en los que habitualmente se cree son más rígidos. Esos momentos, donde ella desinteresadamente se prestaba sólo para él, así fuera sólo con su presencia. Pero ese gesto ya significaba todo.
Sin percatarse, se le empezaron a derramar lágrimas sobre el círculo negro ese que lo tenía tan afligido, pero era tan imponente el sonido del piano que las gotas no impidieron que siguiera sonando a medida que el cielo se tornaba en una escala de grises oscuros, pero el ambiente ya adoptaba la oscuridad de la noche.

Este asunto fue el que le hizo concluir que no hay nada perfecto en la vida. Ni lo más placentero y bello que tenemos en nuestro alcance puede alcanzar la excelencia. Ni ellas ni el arte en todos sus aspectos. A la literatura le hace falta simultaneidad, a la pintura fuerza y narración y a la música, a la música le hace falta tener una imagen sólida de lo que quiere plasmar, de lo que quiere demostrar. Pero este defecto a la vez la hace fascinante, nos deja experimentar e imaginar con nuestras experiencias y sentidos ante el sonido que apreciamos hasta el punto en que nos dejamos llevar totalmente por una ondas de aire que nos transmiten eso llamado “música”.


Nuestro personaje (que para este punto deberíamos revelar su nombre para dejar de llamarlo así) descubrió que la mejor manera de llegar a ella, de recordarla y sentirla era eso mismo, ir directamente hacia ella. Dejó el artefacto sonando para cuando volviera, porque esperaba volver acompañado, tomó las llaves y salió a caminar hacia la casa de esa mujer de la cual estaba tan agradecido. Ella lo hizo soñar, imaginar y reflexionar. Algo enteramente difícil en estos tiempos nocturnos.


Hoy no hablamos de pelota pero igual están los tres de reposición de la semana:
Griezmann que se asoma como el nuevo líder del equipo de Madrid; el número 7 de Manchester ya tiene un nuevo dueño, que con mucho trabajo y disciplina lo podrá instalar de nuevo en la leyenda como sus antecesores; Premier los viernes, mejor idea no pudo haber habido.

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