“El sol se levantó tristemente, pero salió sobre una noche
no más triste que aquél hombre dotado de talento y de buen corazón, incapaz de
dirigir convenientemente sus cualidades, incapaz de ayudarse a sí mismo y de
conquistar la felicidad, aunque se daba cuenta de que cada vez se hundía más y más y por fin se abandonaba a
su lamentable destino.” Charles
Dickens, Historia de dos ciudades.
Esto era lo que estaba impreso sobre las
blancas páginas. Blancas como algunas benignas nubes que se colaban en el cielo
gris. Sabía que era apasionante, que lo plasmado en las letras sólo se podía
igualar con el majestuoso recuerdo que tenía hacia ella. Pero, era tanto ese
regocijo que sentía brotar por su cuerpo entero que tenía un impedimento para
que éste fuera total, para que lograra estar extasiado tanto como quería. La
línea que seguía la lectura no le alcanzaba para extraer totalmente el
sentimiento, la melancolía y la nostalgia que ella le provocaba. Le desesperaba
tener que leer una palabra tras otra, quería ver algo simultáneo, que le
permitiera ver el todo y la nada al mismo tiempo. Mejor dicho, el pendejo
pretendía descubrir el Aleph. -Hey, tampoco soy así, soy realista.- Me objetó
nuestro personaje, nuestro artista, nuestro realista.
Esta bien, pero si sigues leyendo no
encontrarás eso que estás buscando.
-Claro, estoy seguro que si me trasteo a
algún otro movimiento, si los movimientos me trastean a otro lugar, otra
semblanza, otra corriente, encontraré el deslumbramiento, podré acercarme más a
ella.-
Ahí estaba ahora, estupefacto. Era lo más
bello que pudo haber observado jamás. Bueno, lo segundo según él. ¿Qué
tenía que ver esa pintura con su amada? ¿O con su recuerdo? Tal vez nada. Pero
sí había algo que los asemejaba: lo que despertaban en lo profundo de sus
entrañas. Él mismo se preguntaba ¿Pero cómo? ¿Un barco y una mujer? Imposible.
–Oye narrador, ayúdame.- Je, y yo qué idea voy a tener.
Era esa luz proveniente de la lejanía.
Ambos lo reconfortaban por igual. Una le daba esperanza, la otra contento,
satisfacción. De repente, se dio cuenta que lo que sus ojos observaban era una
descripción (un poco inusual) de ella. Asemejó su personalidad y su actitud con
el Temeraire. -¿Un barco de guerra con una mujer? Ya no más.- Sí, pero ponle atención al
nombre. ¿No es ella una temeraria? Dicen
que el respeto surge de la admiración. ¿No andabas diciendo que admirabas esa
forma de ser de ella? ¿Que admirabas esa distinción con la que hablaba, con la
que expresaba sus ideas?
-Así es, pero hace falta algo más.-
Ya estaba conforme con el hecho de tener
simultaneidad. Este le permitía ver al Temeraire al mismo tiempo que apreciaba
los colores de la tarde. Colores tonificados con la idea de la guerra que ni siquiera era una realidad, pero que
daban una sensación de victoria. A pesar de todo, la falta de vida no lo contentaba. Estaba frente a una de las
pinturas más extraordinarias (y subestimadas para quien escribe) pero esta no tenía
la energía que nuestro amiguito necesitaba. Es decir, él procuraba un cuadro de
Pollock. –Ya no más con eso.-
Entonces no pidas más.
Descubrió que tenía que escarbar dentro
de sí mismo. Que la respuesta podía estar allá fuera pero necesitaba la ayuda
de su interior para poder finalmente recordarla a ella como quería. Más fácil
no la podía tener, pues esta vez recurrió a su mayor pasión. Bueno, fácil fácil
la tarea no era. ¿En dónde buscar? Desempolvó sus vinilos (tan poco tiempo no
le dejaba disfrutar de ese placer que es oír los cinco segundos en los que la
aguja del tocadiscos raspa anunciando el grandioso sonido que iba a
interpretar) y empezó a analizar cuidadosamente.
-Muy viejo, muy materialista, demasiado
conmovedor, ¿qué hace esto aquí?-.
Ya estaba a las puertas de la
desesperación cuando por fin lo encontró. Era su salvador. El empaque de la
obra del Fréderic demostraba enorme aprecio que le tenía, ya que estaba a
medio acabar.
A medida que lo sacaba comenzó a temblar por ese tipo de cosas que jamás entenderemos. Con el mayor de sus esfuerzos lo
ubicó en el tocadiscos, lo miró detenidamente, silencioso, tal y como estaba y
se dispuso a girarlo y a ponerle la aguja. Empezó el particular sonido del
diamante chocando contra el vinilo y el recinto se puso en mudo por un segundo.
El protagonista de esta historia oyó hasta sus células confabulando. Fue ahí
cuando entró punzante ese si bemol del nocturno, seguido por el sol y luego,
bueno. A medida que la obra tomaba forma, empezaba a imaginarse lentamente y de
la forma más majestuosa posible su figura, su cara y su cuerpo. Era innegable
no hacerlo en blanco y negro, le daba mayor elegancia al asunto. Elegancia,
palabra tan digna de su gusto como su personalidad.
Sin que lo quisiera, se le vinieron
imágenes de su sonrisa y de su seria mirada que tanto esfuerzo le costaba
hacer. Recordaba, todos esos momentos en los cuales le hablaba y ella, con la
habilidad de no mostrarse irrespetuosa, se desconectaba de la tierra por unos
segundos para sintonizarse con su mundo, aquél lugar tan misterioso del cual
nunca hemos sabido el porqué de su existencia. Recordaba también, la vez que
ella le dijo que amaba esa canción y que querría aprenderla en piano. –Menos
mal nunca la aprendió, hasta ahí llegaba yo donde hubiera tocado semejante
pieza sólo para mí.- La vertiginosidad de la situación entró cuando se dio cuenta
de todos esos momentos tan irrelevantes, que son donde el amor y el afecto se
hacen más fuertes que aquellos en los que habitualmente se cree son más rígidos. Esos
momentos, donde ella desinteresadamente se prestaba sólo para él, así fuera
sólo con su presencia. Pero ese gesto ya significaba todo.
Sin percatarse, se le empezaron a
derramar lágrimas sobre el círculo negro ese que lo tenía tan afligido, pero
era tan imponente el sonido del piano que las gotas no impidieron que siguiera
sonando a medida que el cielo se tornaba en una escala de grises oscuros, pero
el ambiente ya adoptaba la oscuridad de la noche.
Este asunto fue el que le hizo concluir que
no hay nada perfecto en la vida. Ni lo más placentero y bello que tenemos en
nuestro alcance puede alcanzar la excelencia. Ni ellas ni el arte en todos sus
aspectos. A la literatura le hace falta simultaneidad, a la pintura fuerza y
narración y a la música, a la música le hace falta tener una imagen sólida de
lo que quiere plasmar, de lo que quiere demostrar. Pero este defecto a la vez
la hace fascinante, nos deja experimentar e imaginar con nuestras experiencias
y sentidos ante el sonido que apreciamos hasta el punto en que nos dejamos
llevar totalmente por una ondas de aire que nos transmiten eso llamado
“música”.
Nuestro personaje (que para este punto
deberíamos revelar su nombre para dejar de llamarlo así) descubrió que la mejor
manera de llegar a ella, de recordarla y sentirla era eso mismo, ir
directamente hacia ella. Dejó el artefacto sonando para cuando volviera, porque
esperaba volver acompañado, tomó las llaves y salió a caminar hacia la casa de
esa mujer de la cual estaba tan agradecido. Ella lo hizo soñar, imaginar y
reflexionar. Algo enteramente difícil en estos tiempos nocturnos.
Hoy no hablamos de pelota pero igual están los tres de reposición de la semana:
Griezmann que se asoma como el nuevo líder del equipo de Madrid; el número 7 de Manchester ya tiene un nuevo dueño, que con mucho trabajo y disciplina lo podrá instalar de nuevo en la leyenda como sus antecesores; Premier los viernes, mejor idea no pudo haber habido.