La tierra de la humildad. Donde nadie se
siente superior a nadie, donde nadie pasa por encima de nadie. Actualmente
estoy donde la palabra “desarrollo” hace parte de la idiosincrasia de todos,
así tengan cinco, treinta o ciento veinte años. Sí, ciento veinte, porque esa
calma y tranquilidad los puede dejar viviendo la vida entera si quieren. Se irán
de este mundo tan de mierda seguramente porque sus dioses se los ordenan. Les
piden que se dejen de untar de todo lo malo que tenemos acá y se vayan al más
allá junto a ellos, a continuar leyendo manga, comiendo arroz y a jugar en los
pachinkos.
Dan las gracias cuando te hacen un favor.
Dan las gracias cuando se despiden. Te dan las gracias cuando te piden que no
les orines la pared de la casa. Tienen el sentido –sí, el común que es
incomprensible por qué está tan ausente en lugares como Bogotá, Cundinamarca,
Colombia, Sudamérica y planeta tierra en general- de ‘alabar’ al otro. El
prójimo es superior a ti, respétalo y no lo trates como el orto. De nuevo, la
humildad que es una cotidianidad tan inmensa como la sonrisa con la que te
responden junto al placentero arigato. Lo mejor para sobrevivir es saludar con
arigato, pedir un favor con arigato, dar las gracias con arigato y despedirse
con arigato. Y lo van a entender todo perfecto y a todo van a responder con arigato.
Y luego te van a hacer una venia porque, una vez mas, te respetan y por más que
sean el David Beckham japonés, no te van a pordebajear.
Claro, ahora no hay que creer que en esta
utopía o en este mundo feliz de Huxley –donde un día de estos con la tecnología
que tienen se cansarán de calentar la taza del inodoro y empezarán a modificar
bebés para que funcionen mejor o algo así- todo sea perfecto. Claro que hay
tipos malos. Kawaga en el Manchester United es un ejemplo. Honda en el Milan es
otro. Pero tipos más malos también los hay. Están los Yakuza y esas pandillas que
solo vemos en Reto Tokyo. Y hablando del tránsito, la totalidad de la población
es rotundamente mala, burra en cuanto a manejar. Ya es hora de que configuren sus
robots para que les manejen y dejen la costumbre de manejar como en cierto país
que se autodenomina el más feliz del mundo.
Nos dieron el manga, Pokemon Dragon Ball,
Nintendo, Pokemon Mario, Sony, el Play, Winning Eleven, Pokemon el tren bala,
los palitos que solo ellos saben utilizar, Pokemon, el hentai, los inodoros
inteligentes, el sumo y el Pokemon. Sólo saben inventar las cosas realmente
imprescindibles. Nada como en una ciudad donde se debe sacar hasta tres
tarjetas para utilizar el sistema de transporte (ojo, ninguna de las tarjetas sirve
para el metro porque no existe).
Algo impresionante: no hay basura en las
calles. Algo más impresionante: no hay canecas en las calles. Será que se comen
la basura, pero ante una falta de canecas no la tiran al piso; no tienen ningún
problema en guardarla y llegarla a su casa a, sí, adivinaste, reciclarla.
Porque reciclar es ilegal. En el país de las reglas es necesario tener papeles
de la bicicleta (?) para montarla, así como permiso para estacionarla, de lo
contrario te la confiscan y chau bicicleta. Así funcionan y así han funcionado
desde que Godzilla los invadió. Su sencillez los hace únicos y su disciplina
unos semi-dioses.
A lo mejor viven tan bien porque el
fútbol no los carcome día a día.
*Esta fue la primera entrada desde la
caricaturesca tierra del Japón. A finales de mayo habrá otra con las
conclusiones finales acerca de un tercermundista en Pueblo Paleta.