domingo, 2 de octubre de 2016

Sobre el sonido de las ciudades

Cualquier lugar del universo siempre tendrá un sonido característico. En este momento no recuerdo el de Saturno, pero dicen que en la luna se oyen olas de tranquilidad. Como si cuando rompieran fuera contra el viento y no el agua. Qué sé yo.

La música ha jugado un papel fundamental en quien está detrás de la pantalla en este momento, sin camisa y sin latitudes. Es decir, todavía hay tiempo de salir corriendo de una estupidez que propone un fracasado.

Los sonidos crean experiencias y tienen el poder de que las emociones penetren más fuerte. Los sonidos logran que en situaciones particularmente especiales, las emociones queden hundidas como un portazo en la desesperación y permanezcan incrustadas ahí a veces, hasta la eternidad.

El fracasado le agradece inmensamente a la vida por permitirle recorrer y conocer una vasta variedad de lugares tanto en su país como en el exterior. Cada uno es un laberinto de curiosidades, que muchas terminan siendo inconclusas, pero otras se encuentran con determinación, generalmente, de la mano de la música.
A partir de estas experiencias, aventuras, miradas hacia arriba o abajo, olores a asfalto o a humedad, tragos, amistades, bocados, desesperaciones, risas y amor, el fracasado ha ido diseñando un pequeño listado de las ciudades con sus respectivos temas característicos. Como el 99% de nuestras vidas, es algo totalmente personal e intrínseco. No se aceptan devoluciones.

Asimismo, cabe aclarar que en ciertos casos es necesario hallarse en horas específicos, tales como el amanecer, el atardecer o la noche. Una pequeña demostración es Planeador, de Soda Stereo. Aparece Osaka como referencia, pero es un tema que serviría como música de fondo sobre cualquier urbe cuando las luces cobran protagonismo, oscurece, el viento huele distinto y no se quiere saber nada más sino cruzar el valle en un frágil planeador.

El título de esta entrada contiene la palabra “ciudad”, pero no necesariamente tiene que ser ésta como tal. Sólo es un punto de referencia sobre el cual, aconsejando permanecer en un perímetro contiguo o bajo la tónica particular del lugar, se potencien las emociones por medio de un juego de fusiones y complementos entre sonidos, olores y aires.

A lo largo de cada lugar, de cada ambiente, se logra encontrar o llegar a una canción específica que transmite perfectamente lo que está pasando. Puede ser por la letra, la musicalidad, la atmósfera, la temperatura, el tiempo. Son muchas las variables que logran que una canción, escogida por casualidad o con detenimiento generen un pequeño ejercicio que pueda llevar más allá las sensaciones de estar en un lugar.

El siguiente es el listado.


1.     Los Angeles: California – Lenny Kravitz
2.     Buenos Aires: Primavera 0 – Soda Stereo
3.     Shanghai: Game Over Shanghai – Zoé
4.     Manchester: Bedshaped - Keane
5.     Iquitos (Perú): Stairway to Heaven – Led Zeppelin
6.     Nueva York: Two Kinds of Happiness -  The Strokes
7.     Madrid: Ya Nada Volverá a Ser Como Antes – El Canto del Loco
8.     Villa de Leyva: Speak to Me/Breathe – Pink Floyd
9.     Liverpool: With a Little Help From My Friends – The Beatles
10.  Montevideo: Cielo de un Solo Color – No Te Va Gustar
11.  San Francisco: Vertigo – U2
12.  Cusco: Cuando Pase el Temblor – Soda Stereo
13.  Glasgow (Escocia): Love Illumination – Franz Ferdinand
14.  Londres: Speed of Sound – Coldplay; Clocks – Coldplay; Under My Thumb – The Rolling Stones; Not Now John – Pink Floyd
15.  Osaka: Planeador – Soda Stereo
16.  Bagan (Burma): Hard Sun – Eddie Vedder
17.  Santa Marta: Somos Dos - Bomba Estéreo
18.  Berlín: The Trial – Pink Floyd
19.  Ciudad de México: Gimme tha Power - Molotov
20.  Bogotá: Luz Azul -  Aterciopelados
21.  Budapest: Sin Documentos – Bunbury y Calamaro
22.  Paris: Bonne Idée – Jean Jacques Goldman
23.  Pompeya: Echoes –Pink Floyd
24.  Hong Kong: Agressive Expansion – Hans Zimmer
25.  Santiago: We Are Sudamerican Rockers – Los Prisioneros
26.  Bangkok: A Passage to Bangkok – Rush
27.  Estambul: Kids With Guns - Gorillaz
28.  Roma: Paseando por Roma – Soda Stereo

29.  Tokio: Ciudades Invisibles – Zoé

martes, 12 de julio de 2016

Sobre la intangibilidad del amor

El brillo de las luces del naciente sol se vislumbraban a través de las ventanas. Se veía una nueva tierra. Un lugar que está un día adelante del sol, pero a un millón de años luz de la vida.
¿Japón? Pokemon y Dragon Ball. Sushi y sumo. El tren bala y el Monte Fuji. El anime y el hentai. Qué más iba a saber. Nadie me dijo que tenían tres alfabetos, uno más complicado que el otro. Qué iba a saber que los desadaptados se paran en los 7 Eleven por dos horas a leer manga. Jamás sabría que se inventaron unos triangulitos de arroz llamados onigiris que consisten en el cielo envuelto en una alga. Nunca, pero nunca, imaginé que existía un lugar en el universo en el que te agradecen y te hacen una venia cuando sales del estadio tras haber gritado, puteado e insultado.

El distanciamiento genera una percepción de entrevisto de la historia. De cómo decisiones anteriormente tomadas conllevan a unos a triunfar y a otros a verse sumidos en un mundo no tan triunfante.
Difícil coexistir en un país que está a la par del avance y de lo que en el tercer mundo se conoce como la “civilización”, pero a la vez mantiene una lucha permanente por subsistir a costa de sus raíces y sus tradiciones que mantuvo celosamente bajo llave durante doscientos años.

Basta con una hora en el aeropuerto para darse cuenta por qué la histeria hacia la conservación de ciertos aspectos que terminan siendo únicamente ligeros detalles. Pues, son estos detalles los que hacen que una insignificante isla sea la tercera economía del mundo, tenga la mayor esperanza de vida y haya reconstruido una vía 5 (cinco) días después de que el peor terremoto de su historia la hubiera devorado.

Basta con una hora para que desde ya el país te empiece a cautivar. La invisibilidad del afecto golpea con mayor impacto y su efecto, con tanto descontrol, deja una dubitación sobre si nuestra existencia y nuestra ubicación es real, es añorada o es mentira.

En la tierra de los samuráis, sabios honorables con la lealtad como su arma más preciada, el cielo tiene un azul más penetrante. El viento tiene un olor que es frío, pero que agrada cada vez que se abre la ventana. La naturaleza produce una sensación húmeda pero, a la vez, un aspecto ardiente.

Fueron estos mismos samuráis quienes, al abrirse al mundo, cometieron el mayor acierto desde que crearon el nikuman (dumpling tipo japonés) y el mayor error desde que lo limitaron sólo a los tiempos del invierno.

Pero bueno, ya está, la cagaron. Le dijeron hola qué tal al capitalismo y al Súper Bowl y estos les tendieron un codo recubierto de uranio. Qué se puede hacer. Pues hicieron, y mucho. La cagaron y en 10 años construyeron el Shinkansen, una esclarecida bestia que abruma a cualquiera que lo ve y aturde a cualquiera que lo monta.

Shinkansen significa literalmente “nueva línea troncal”. Y eso es lo que es. Una innovadora línea de trenes de alta velocidad. Fueron los occidentales quienes optaron por llamarlo tren bala. Y efectivamente, el tren es una bala. Pero no había necesidad de alardearlo con ese nombre tan rimbombante. Un pequeño ejemplo de una cosa llamada humildad, que en este misterioso lugar humildemente no ven la necesidad de presumirla.

Y es que es precisamente el Shinkansen es el verdadero reflejo del renacer. De cómo surgió de las literales cenizas negras y verdes, ardientes y volátiles, un fénix cuya envergadura es quizá una las más grandes que jamás hayan existido, pero su vanidad e engreimiento pasan totalmente desapercibidas por el acusador ojo de hoy.



Los albergues de este fénix son tumultos regados de concreto. Un ecosistema donde la predominancia del gris genera una sensación de ambigüedad. Sólo se clarifica el altruismo que resuelve la lucha de las desigualdades y guía hacía el patrón del desarrollo, de la sensatez y de la sabiduría.

Cuando se ausenta el sol, ese que da la vida por estar nuevamente en primer lugar en el país de la cohesión, entran en escena el arrebatamiento, la pasión y la intensidad. El ímpetu de las precipitadas luces incandescentes de los anuncios hace que pareciera que lucharan entre sí por obtener un vistazo y acaso una opinión.

Medianamente al levantar la mirada y enfrentarse con avenidas, puentes, aplomos y disparates, fulgor y oscuridad, locales, inmutación, arrebato, el torrente de música apresurada, el desenfreno por encontrar el mejor ángulo, el alcohol, los ruidos, los sonidos, lo que está y lo que no está, las miradas que van y vienen, el deseo y el delirio hacia éste, los automóviles, la tecnología, el agua, la tierra, la altura, la bruma, las sombras, la desesperación, los trenes que salen, aquellos que dicen adiós, aquellos que sonríen, aquellos que ven esperanza alguna y aquellos que el infortunio los llevó a despreciar, aquellos que aman y aquellos que amaron, la constante búsqueda de lo idóneo, el sabor, los excesos, la sobriedad, la furia y lo invisible, se descifra que siempre serán obra del ser.

La blanda risa de un oriundo es una mezcla de sensaciones. Dan las ganas no sólo de volverla a oír, sino de volverá a ver. Son tan genuinos y auténticos que esta misma originalidad no les permite vivir a gusto con sí mismos y por eso recaen en el funesto hábito de prestigiar otras civilizaciones. Es una admiración inentendible y disparatada la que le prestan a otros mundos, a otros idiomas.

Las palabras suelen carraspear, pero por el hecho de escucharlos hablar ese lenguaje tan intrépido y programado lo sacrificaría todo. La palabra ternura se queda corta para describir lo que es un japonés hablando su idioma. Sus expresiones son concretas, pero sinceras. La timidez se desvanece como el trago que van bebiendo a un ritmo acelerado a lo largo de un período de tiempo que se destaca por ser modesto y breve.



Cuando desapareció la duda, llegó la confluencia de miradas con aquella pasajera al andar de un lado al otro. Se percibía una terapia de amor intensiva, tan intensiva como la profundidad de sus ojos. La suavidad de su cara sincronizaba perfectamente con su pelo. Y al final llegó. Fueron tres segundos de una mirada aguda, pensante y curiosa. Afirmaría que conocí en su totalidad lo que me restó por conocer en ese corto instante. De repente, se precipitó la risa. Quedé inmóvil, anonadado. Intenté reírme con la frescura con la que ella lo hacía. Imposible. La atracción sonrió y vanidosamente se apartó.

Cualquiera con todo el derecho del mundo encontrará la dificultad de diferenciar a un japonés de los demás asiáticos. Sólo hay que encontrar el brillo de sus ojos. No es más.



Este un lugar difícil de entender. Como en aquellas incoherencias cotidianas, el desafío por apreciarlo requiere de paciencia y entendimiento. No cautiva a todos pero sí a muchos. Enamora, ocasionalmente, a algunos.

No te da espacio para pensar. Son tantos latidos con tanta presión ametrallados a una velocidad espacial que obstaculizan que aquél desgraciado en busca de la desgraciada razón no tenga la oportunidad para encontrarla en esta ocasión.

Y hablando de sentimientos, cuando el cielo sobre las montañas se tiñe de morado y el cauce de los ríos toma tranquilidad, se inicia una ebullición de una materia desconocida e imperceptible. La intangibilidad del amor entra en su etapa crítica y lo inverosímil se adueña de la escena. Se esparce por medio de ecos y ondas transparentes. Este es un lugar donde dejamos sueños e ilusiones. Es un alivio que nos topamos ante el precipicio de la humanidad.

Todo ya está escrito. Pero al especular los grados de brillo, del contraste y de la luz, supe que las partículas de amor no se activan comúnmente. Son muy pocas las personas, los lugares o las situaciones quienes poseen la magia para alterarlas. Japón lo hizo de una manera descomunal. Quien escribe este texto lo experimentó y, sin aliento ni palabras, le seguirá agradeciendo hasta que el sol desaparezca.



Ya nos volveremos a encontrar.

domingo, 21 de febrero de 2016

Sobre la oscuridad de la noche

A medida que los minutos pasaban y que el reloj bailaba, sus desesperados párpados se presionaban cada vez con mayor rigor. Parecían un par de limones. Tanta fuerza exprimiría una limonada de lágrimas, más saladas y agrias que ayer. Llevaba 4 noches bajo el mismo patrón. Cada noche se iba a dormir con la esperanza de que cada porción de sueño acumulado le pesara lo suficiente como para que un simple cierre de párpados le bastara para aventurarse dentro de sus sueños, donde jamás había soñado con limonada.

¿Alguna razón para tanto martirio? ¿Quién era el patrocinador de ese boxeador llamado insomnio que la noqueaba hasta la desesperación universal? Ninguna. Nadie. Aquellos días habían transcurrido más que normal. (¿Habrá sido eso? ¿Tanta tranquilidad?)
Era abogada. Se encargaba de supervisar y asesorar los asuntos legales del mercado del arte. Trabajaba con agencias, galerías, casas de remates y un par de amigos suyos artistas a quienes ayudaba a evitar que cayeran en los tentáculos de algunos hambrientos coleccionistas cuya voracidad y poderosa persuasión hacía que los propios artistas obtuvieran pérdidas, algo inusual en este negocio.

No era la mejor para el arte. Nunca lo fue. Las pocas veces que sus dedos tocaron un pincel, un bastidor o un lápiz de dibujo, fue cuando su mamá la impulsó, junto a su hermana, a dibujar un cuadro acerca de lo que más le gustara en la vida. Luego lo colgaría en un pequeño corredor de su casa tropical situada a pocos kilómetros de una heroica costa. Ella pintó un micrófono con cable de línea. Cuando su madre le preguntó el porqué del cable si ya existían inalámbricos, ella con una sonrisa paralela a sus gruesas cejas, dijo: “porque así puedo bailar con él”. Tenía 6 años.

De teoría sí era un poco más erudita. Le encantaba la historia del arte. De sus fascinaciones era ver cómo la pintura se encargaba de ilustrar las diferentes etapas y sucesos políticos que sucedieron a lo largo de las eras de la humanidad. Esto contrastaba con su inmenso amor hacia Monet, quien según ella coloreó su vida y esa misma noche se encontraba recostada sobre una holgada sobrecama de las Water Lilies.

Bromeaba diciendo que ella hubiera decorado Giverny aún mejor, pues le gustaban mucho las flores, en especial las amarillas.

¿El éxtasis de su vida? Tocar el piano con una delgada camisa negra que le daba un tono firme y puro a su piel. A veces usaba ropa interior morada o a veces roja. Sin embargo, decía que con la morada tecleaba mejor y que la roja le traía buena suerte. Lo cierto es que los dos colores magnificaban sus largas piernas y creaban una ilusión óptica que las hacía ver eternas e inmortales.

Tocaba dos o tres veces a la semana. Odiaba cuando tenía que quedarse hasta tarde para realizar llamadas a Europa relacionadas con su trabajo. Solía repetir una y otra vez “Para Elisa” hasta que un día John, su fiel amigo y su fiel amor, le rompió de manera atroz el Mi. John era un holgazán y ella una alcahueta hacia él. Su día a día se basaba en recostarse, barriga arriba, a ver hacia el cielo y a los sucios tejados de los edificios contiguos a su casa. John era un gato gris, un poco pasado de peso y tenía un problema en una pata, por lo que caminaba con un distinguido tumbado que la alegraba a ella cuando algo andaba mal en su trémula vida.

No le parecía correcto tocarlo a Beethoven una octava arriba o una octava abajo. Tampoco le aterraba el hecho de que se le olvidase. Por esas épocas encontró un re polvoroso disco de ‘Compositores difamados por ciertas aristocracias occidentales’ (??) y, oído a pleno, camisa negra y calzón rojo (nunca había comprobado la cábala de los 2 colores) sacó la Marcha Eslava en Si bemol menor y la tocaba como si estuviera a metros del Kremlin con térmica de 20 bajo cero y un aroma a papa fermentada que luego sería bebida por vastos hombres con pesados abrigos sobre sus hombros.

Como en el Kremlin, afuera hacia frío y la noche estaba despejada. Totalmente lo opuesto a su cabeza. El obtuso ángulo que formaban sus negras y tensas cejas en la parte inferior de la frente hacía intuir que la incertidumbre y la falta de certeza la apretujaban y le impedían, entre otras cosas, dormir.

Rendida y claudicada, se paró mientras que a regañadientes se preguntaba por qué tantas cosas tan inusuales e irrelevantes la atormentaban con tanto furor. Y claro, también las maldecía. Maldecir hace a las personas sentirse superiores a aquello que están puteando. Borran su vulnerabilidad y les señalaban a gritos no solo odio y reproche sino preponderancia.

Se puso unas medias negras que le llegaban casi hasta la rodilla y caminó hacia la cocina. La condición de la noche era tan oscura que no podía verse los pies. Cuando pasó por el piano apretó una nota suavemente, creando una sensación de que iba a quedarse rompiendo el silencio de esas tinieblas para siempre. Cada vez que pasaba por ese corredor tocaba una nota distinta dentro de la secuencia de la escala del Si bemol, esta vez mayor.

Aparte del clasicismo y toda esa música de peluca, de vez en cuando oía algo de la contemporánea. ¿Taylor Swift? Sí, pero ese no es un buen ejemplo para la atmósfera de esta historia.
-   ¿Entonces? ¿Don Omar?
-   Terrible
-   Pero si hablas de ropa interior, la piel y la noche, ¿No conviene?
-   No, así no son las cosas
-   ¿Arctic Monkeys?
-   Mejor…

Volviendo a nuestra chica admiradora de Alex Turner y sus amigos, al llegar a la cocina prendió el interruptor y, tras una secuencia de unos 8 titileos a lo largo de 5 segundos (una vida entera), la luz se había hecho. Totalmente encandelillada, se cuestionó por qué no había decidido qué comer previa a entrar a la habitación del pánico, donde esa noche el resplandor blanco de la luz la hacía ver con tanta penetración mientras su intensa piel no sabía si conjugar con el aire blanco o luchar con la tela negra de su camisa.

Salió en tres largas zancadas y, cuando se detuvo, modeló una pose característica en ella. La hacía cuando la situación la anonadaba y acto seguido, una emoción la inundaba para que luego soltara la carcajada más grande de todas.


Esta vez no fue la excepción.

Cerró los ojos, enseñó los dientes y una fuerte risa empezó a delirar. Ahí estaba. Su bien más preciado. Su sonrisa se podía ver desde cualquier rincón de su casa y desde su sonrisa podía verse cualquier lugar de su casa.


Le tomó unos minutos tomar aire de nuevo, calmarse y volver en sí. Se dirigió hacia una ventana a esperar al sol asomarse. Sin haber agarrado nada en la cocina, se sentó y suavemente sus labios esbozaron una sonrisa. Todo con las manos entre sus muslos.