Tal vez no. Con ese título no me dan
ganas de leer esto. Me esperaría un tedioso ensayo sobre la moral y la ética.
De esos que teníamos que leer cuando incurríamos a una travesura en el colegio
a los 12 años. Pues por ahí va. No con el ánimo de hacer reflexionar sobre lo
que hemos hecho, sino lo que somos. Y más importante: lo que veneramos.
¿Cuántos jóvenes en Rosario (Argentina) no tendrán pegados en sus paredes con
inconsistencia fotos o afiches desteñidos de uno de los hijos más prodigiosos
de la ciudad en los últimos tiempos? ¿O cuantos no habrán cambiado el fondo de
su celular con una imagen de la camiseta número 22 del Real Madrid?
Triste saber que este personaje, el
protagonista de la columna de hoy, quien tras tanto esfuerzo, trabajo y
dedicación llegó a asistirle a Cristiano Ronaldo; o que a su vez llegó a ser
nombrado el mejor jugador de la final de la Champions en Lisboa por su
formidable actuación, esté en el ojo de las críticas por su formidable
comportamiento de patán el pasado lunes cuando su equipo, el decaído Manchester
United se jugaba la temporada por el único título que todavía podía obtener.
Faltaban casi 30 minutos para el final en
un partido -como todos- inestable y duro para los de Manchester: sigue
sin encontrarse, su director técnico pone dos volantes de ataque en la
punta teniendo a un nueve entero de área –quien por más que su desempeño no sea
el mejor actualmente puede tener la pericia para hallar el gol con más
facilidad- y donde la ley del ex no se ausentó. Fue ahí cuando este jugador,
con bronca por haber sido amonestado por actuación, “sujetó” con rabia la
espalda del árbitro. Como si fuera su tío el que estuviera dirigiendo el juego
y sus adversarios fueran sus primos. Como si estuviera en un bar y el colegiado
le estuviera coqueteando a su señora. Fue el mismo gesto que hubiera hecho un
niño de 12 años. Pero él tiene 27 años. Y se hace 280 mil libras a la semana. Y
es padre de familia. Y es una imagen que la estaba viendo todo Inglaterra y
medio mundo, porque la otra mitad seguramente lo vio después.
“No
tiene excusa. No fue inteligente de su parte”. Dijo su jefe, el tosco e indescifrable
holandés. Pero claro que no fue inteligente de su
parte. A quién se le ocurriría dejar a su equipo al borde del abismo con tantas
variantes negativas: perdiendo, en casa, en fase de enfrentamiento directo, con
uno menos. Lo que es más irónico es que la acción vino derivada de su rabia por
haber sido amonestado por una falta que supuestamente le cometieron. Pues adivinen qué: ¡Tampoco había sido falta! El
arbitro fue claro y determinante: en 30 segundos lo expulsó por tramposo. Y eso
que le dio una segunda oportunidad…
Puede que venga de jugar de un país donde
tanto jugadores como espectadores tengan la imagen del árbitro como un ser que
les hace la vida imposible y por eso no merece su respeto. Pues tocar al
árbitro está prohibido en todos los países, sólo que unos lo castigan más
fuerte que otros.
O a lo mejor el 7 del Manchester United
jamás hizo la tarea de leer algún texto sobre el respeto cuando fue al colegio.
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