Cuando me inicié en esa linda experiencia
que es ir al estadio, lo hacía con mi papá y mi abuelo. El mayor era de Santa
Fe. El del medio, del Cali. Y el menor, del paseo. Para mi tristeza, solo me
llevaban a ese partido que ocurría una
vez en el año. No iba por ejemplo, a Millonarios-Cali por el miedo que
despertaban los hinchas azules en mi familia. Miedo que sembraron en mí hasta
el día de hoy. De las pocas cosas que recuerdo son el perro caliente que posteriormente
mi estómago reemplazó por la lechona (aquella de la que ya hablé en una entrada
anterior). También tengo una vaga imagen de cuando vino a jugar “Carepa”
Gaviria con el Cali frente al único rival que yo tenía en ese entonces.
Imaginen la confusión y el desconcierto que se pasaron por la mente de un niño
de 9 años, a quien se le instruyó en su casa que las malas palabras no eran
bienvenidas, ver a dos puestos de él a un par de jóvenes gritando hasta el
cansancio “Carepa hijueputa”, y luego voltear a ver a su padre riéndose por el hecho.
Yo no sabía si me estaban tomando el pelo o si mi papá una vez salía de la casa
hacia el trabajo empezaba a putear a los jugadores del rojo. (Descanse en paz
Carepa. Gran jugador, a pesar de toda la patada que dio)
Entre otros recuerdos aparece el
transistor. Ese viejo radio gris Sony que les juro que si van al cajón del
estudio de su casa lo encontrarán y funcionaría si le cambian esas pilas del
año 2001. No tenía audífonos pero sí un altavoz que se ponía al lado de la
oreja.
Mi papá lo llevaba y era práctico y
fundamental para conocer no sólo ese 5 que siempre se le borraba a uno, sino entender
si las jugadas dudosas eran lícitas o no, o conocer alguna estrategia o táctica
de campo que desde la tribuna resultaba difícil de percibir.
La radio siempre será por excelencia la
mejor amiga del periodismo deportivo en Colombia. Las secciones deportivas de
los periódicos se limitan a dar el resumen del partido y carece la opinión,
salvo una que otra columna. A excepción de canales netamente deportivos, los
noticieros locales a duras penas muestran los goles del fútbol nacional, pues
están más preocupados en mostrar la asistencia de James o la mirada desoladora
de Falcao desde el banco al golón de Rooney frente al Aston Vila.
Pues amigos, si prenden sus radios o
ponen el canal 982 en Directv, encontrarán la verdadera diversión. La verdadera
crítica, la verdadera polémica. Hallarán las lenguas picantes, las imparciales,
las conservadoras, las sonsas. Pueden ir desde la sola pasión (Rock and Gol)
hasta la mera objetividad (El pulso del fútbol). Y es en este último programa
en el que el autor quiere hacer un pequeño énfasis.
Si sintonizaron el programa del pasado
lunes 30 de marzo, donde se da el espacio perfecto para conversar durante una
hora el inmediatamente finalizado juego de Colombia frente a Kuwait, se darán
cuenta que no siempre lo que creemos o lo que vemos (en televisión) es verdad.
El ejemplo perfecto a esta disparidad de
realidades lo dio el mismo Iván Mejía. Mientras él y Hernán Peláez discutían la
pobreza de juego y el déficit de ideas de los once jugadores azules (hubo momento hasta para rechazar la nueva
camiseta), el noticiero de un reconocido canal titulaba “Falcao imparable”.
Mejía cuestionaba la veracidad de esas palabras, a sabiendas que los esfuerzos
del 9 se redujeron en hacerle un gol de penal (que ni siquiera fue) a una
selección que con todo respeto de fútbol no es nada. Me pareció acertado cómo
en el programa salieron a refutar a aquellos quienes bajo su patriotismo
acudieron a las peligrosas redes sociales a imponerle o “corregirle” al DT
holandés que con Falcao los 90 minutos el equipo de Manchester tendría más
éxito. Obvio, tendría más éxito si la Premier League fuera el United y 19
Kuwaits. No es lo mismo ser marcado por Fahad Alhajri y Mesaed Alenezi que por
John Terry y Gary Cahill.
No vamos a entrar en más detalles sobre
el partido, para eso ya está la columna pasada. Intento oír El Pulso del Fútbol
cuando puedo. Me agrada que los temas alcancen tanto el ámbito nacional como
extranjero y que estos sean adoptados bajo una postura imparcial, objetiva y
realista. Y más aún, el profundo conocimiento de ambos locutores sobre ese
deporte que tanto odiamos.
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