miércoles, 15 de abril de 2015

Sobre el transporte

Este siempre ha sido un tema de vital importancia y constante preocupación para mí.  A donde voy mi atención se centra primordialmente en el funcionamiento del sistema de transporte de esa ciudad. Me fijo en su estructura, su organización y esencialmente, en la manera en la que los ciudadanos lo utilizan. Claro, ahí es donde me centro porque de donde yo vengo no sabemos utilizar un medio masivo de transporte, así que cualquier asomo de un buen comportamiento, digno de humanos y no de neandertales como lo es en mi ciudad natal despierta mi interés.

No he pensado siquiera qué voy a escribir en este párrafo y ya me está subiendo la rabia y me contagio de la indignación que me produce reflexionar sobre el lugar donde vivimos. Porque, ¿en qué época estamos para que alguien se cole en una estación de Transmilenio arriesgando su vida para luego atacar la vida de otro cuya sublevación de intelecto (y de todo) era superior, y luego devolverse a su guarida tal y como llegó?

Si se van a indignar, si se van a quejar, háganlo bien. ¿Pero bajo qué fundamento (y escrúpulos y moral y ética) alguien que no paga un pasaje va a ir a cuestionar a las autoridades, al distrito y al sistema? Y aparte, esa “inconformidad” convertida en ira los conlleva a cometer actos vandálicos que empeoran toda la situación. Qué falta de respeto. Que falta de vergüenza. Yo no entiendo qué ha hecho esa gente toda su vida para cometer tales estupideces. Lo único que logran es llevar a la ciudad a un condición semejante a la que tienen dentro de sus cabezas. Claro, sé que para muchas personas $1.500 pesos entre el transporte y, qué se yo, la comida propia o la de sus hijos es una cuestión de gran relevancia; pero esa no es la actitud a tomar.

Tampoco quiero que entiendan que estoy diciendo que el sistema es tan genial que sus acosadores son unos ineptos (aunque de hecho sí lo son). Claro que el sistema tiene sus problemas, sus falencias, carece de claridad y de eficacia. Pero si se adopta con una disposición de esa índole no se va a llegar a ningún lugar.

Una ciudad desarrollada no es aquella donde el pobre tiene auto, sino donde el rico usa transporte público” es la cita que aparece en el editorial de hoy del periódico El Tiempo. Pues en Bogotá todos somos pobres. Y no lo digo por la condición social ni el nivel de adquisición, sino por los constantes estados de colapso al que entra la ciudad cada periodicidad. El autor aplaude el Transmilenio de la carrera séptima. El único que a pesar de ciertos altibajos, funciona decentemente. Sus pasajeros no son los usuales que se ven en una buseta cualquiera. Esto demuestra el disgusto que tenían las personas frente a los buses tradicionales, donde no hay espacio para uno, el pasajero, pero sí para el vendedor que para agraviar la experiencia le comparte su historia de vida, que siempre ha de contener mínimo dos homicidios pero que ya se rehabilitó para nuestra fortuna; donde las señoras comen mandarina o Bon Yourt; o donde el estado de los tubos es tan dudoso que un simple raspón es materia de preocupación, como le sucedió a quien escribe.

Claro, a toda luz tiene que llegar oscuridad. A toda mano hay que cogerle el codo. Ya hay personas que se escabullen debajo de los torniquetes o que su volumen de inteligencia es tan estrecho que caben dos en un solo hueco, para solo pagar un pasaje.

No soy un estudiado en el tema y puede que esté equivocado pero puedo proponer soluciones para el buen funcionamiento de las rutas, los buses y las estaciones. Pero para la plaga de colados y desadaptados las únicas medidas que tengo me tildarían de desadaptado a mí y de inhumano, por lo que prefiero reservármelas.

Es mejor también no hablar por ahora de los carros y sus fascinantes conductores, para eso también podría utilizar toda otra entrada. La finalidad de la entrada de hoy era simplemente sacar a flote ese pequeño disgusto frente a la sociedad en la que vivimos los bogotanos, por más que mis homólogos los blogueros también lo hagan desatando cada 8 días más repudio hacia la ciudad con sus habituales crónicas de atraco o trancón.

Cada vez más Bogotá se entona en el camino de una ciudad (el título mínimo que debería recibir) en términos de transporte público. El terrible matrimonio entre un sistema fallido e incompetente con una población ineducada, basta y grosera lleva a los espectadores a pasar por malos tiempos. Pero serán estos mismos quienes deben encargarse de hacerle una intervención a ambos miembros de la pareja, llevarlos al divorcio y promulgar así una mejor ciudad para todos.


Aclaro: este tema se me vino a la cabeza no por la editorial de hoy del diario, sino por las tres millones de adversidades que sufrí yendo y volviendo. 

Los tres de reposición de la semana: Manchester roja, como siempre lo fue; la clasificación de River y el gol de Santos Borré a Medellín

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