El día de hoy algo ocurrió que hizo que
cambiara el tema de la entrada. Muy juicioso había empezado a escribir sobre
qué se yo esta mañana. Pero pasada la tarde, Dios, su hijo y el espíritu santo
todos convertidos en uno hicieron más felices a la humanidad que cuando Jesús
convirtió el agua en vino. Si yo fuera hincha del Bayern Munich, no podría
hacer nada más que aplaudir y llenarme de felicidad y orgullo. “A mi equipo lo
derrotaron con trampa”. De su lado estaba el mejor jugador el mundo. Desde que
por allá los ingleses cogieron una pelota y empezaron a patearla, estoy seguro
que nadie nunca había visto algo así.
No soy argentino, pero es tan su grandeza
que me siento orgulloso de ser latinoamericano, la proximidad más mínima que
tengo hacia ese ser. ¿Ser? No tengo ni idea cómo calificarlo. A Messi lo
debería contratar la Mercedes o la Ferrari. ¿Cómo hace para hacer cambiar de
ritmo, de velocidad a veintiún hombres más? Él tiene el control del tiempo y
del espacio. Sufro espasmos en el cuerpo cuando el toma el balón y como si
fuera la partícula de Dios genera la sensación que el campo de juego sea otro, que
la vertiginosidad se convierta el protagonista y que simultáneamente las 80 mil
personas que lo están viendo a su alrededor (ja, nervios cuáles) hagan que el
estadio comience a temblar y a derrumbarse como un castillo de naipes.
Y nos alcahuetea. Queremos un gol de
fuera del área, lo tenemos. Queremos un gol de izquierda, tenga. Queremos a un
nivel 86 en FIFA 15 verse caer, tropezar y hundirse en el hueco de la desgracia
y la humillación; tome. O queremos saber cómo el mejor arquero del mundo puede
verse como aquél amigo gordo y fofo que siempre tapaba en el colegio, mientras
observaba el balón elevarse encima suyo con la desesperación de no poder hacer
nada y el entendimiento de que cualquier esfuerzo, lo hará quedar más en
ridículo de lo que ya está.
Cuando tuve mi época de fiebre por Pink
Floyd, recuerdo que solía verme The Wall una y otra vez con la singularidad de que
cada vez que lo hacía, encontraba algo nuevo. Lo mismo me pasó con ese gol en
el minuto 80. Llevo por hay unas catorce veces -sin contar las innumerables
multi-tomas que nos ofrecen los productores- y en cada una noto algo distinto:
un gesto, un movimiento, una cadera más desfigurada. Asimismo, presiento que
algo va a cambiar, que él, con el poder que tiene, va a volver en el tiempo y
hará el gol más hermoso. Bah, no puede. No puedes hacer Crimen de Gustavo
Ceratti más bella. Simplemente la grandeza no tiene para dónde expandirse.
Por favor, sentemos a Platón, a Sócrates
(tanto el brasileño como el griego), a Nietzche, a Kant, a Santo Tomás de
Aquino, a Freud, a Gina Parody que
tantas explicaciones anda diciendo, a Aristóteles, a alguien que le pueda
encontrar una lógica a lo que estamos viendo. Va más allá de la metafísica.
Imagínense lo que puede llegar a hacer Cristopher Nolan con un sujeto así,
dejaría a Interestellar como una película de caricaturas.
Iba a escribir sobre el contraste entre
la Libertadores y la Champions. En cómo, a su propia manera, la genialidad de
cada copa nos hace sentir el fútbol de un modo igual y desigual a la vez. Pero
con la Capilla Sixtina que erigió un enano hoy en Barcelona, más le vale mañana
a Osvaldo hacer 18 goles. Ni siquiera sé si alcanzaría.
Los tres de reposición de la semana: la izquierda de Messi, la derecha de
Messi y Pep Guardiola, quien debió quedar satisfecho al apreciar que el
discípulo venció al maestro.
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